“Una ciudad en emergencia que se cree del Primer Mundo”
El arquitecto e historiador alerta sobre la falta de
planificación en Buenos Aires, reclama coordinación con el conurbano y entre
las áreas de la administración y advierte sobre el estado de emergencia del
transporte, infraestructura y vivienda. Cuestiona a Mauricio Macri por
“efectista” –rasgo que también achaca a sus antecesores– y por sus políticas en
temas como recolección de residuos, plazas patrocinadas y villas, aunque
destaca la idea de trasladar sedes del gobierno al Borda y al Moyano como
búsqueda de contrapeso simbólico y cultural hacia el sur de la ciudad. “Está
por verse si es sólo otro anuncio rimbombante o algo que se haga mal y pronto
como negocio inmobiliario. Pero separada una cosa de la otra, me parece su
única idea interesante”, plantea.
4 de agosto de 2008. Página/12
–¿Por qué se subestima
tanto la planificación en Buenos Aires y no se instrumentan políticas urbanas a
largo plazo?
–Hay varias razones que confluyen. Una de
ellas es el efectismo con que los políticos abordan sus tiempos de gobierno,
frente a los largos tiempos que requiere la planificación. Este es un problema
muy serio. Al menos durante el período democrático no ha habido gobiernos que
propusieran cosas que excedieran el tiempo de su propia gestión. Si uno hiciera
una lista de temas cruciales, en la que estarían las inundaciones o el
transporte, vería que los abordajes son efectistas, que se intenta salir del
paso superficialmente. Y si uno se remonta a la historia ve que las
transformaciones más efectivas y a largo plazo fueron hechas por gobiernos que
se mantuvieron largos tiempos: Alvear es prototípico. En períodos cortos, de
cuatro o seis años, con inestabilidades permanentes que a veces provienen de
otras dimensiones políticas, es difícil plantear propuestas de largo aliento.
–¿Qué otras razones
atentan contra la planificación?
–La parcelación de la acción municipal,
que es doble: hacia fuera y hacia dentro. Hay una ausencia absoluta de
coordinación con los municipios del conurbano, algo complicado de implementar y
que no da dividendos políticos inmediatos. Pero hacia adentro, y ahí no hay
excusas, los gobiernos se parcelan en intereses fragmentarios, sectoriales. Hay
una tradición que consiste en dividir las secretarías para contentar a lo
sectores que conforman una coalición. Y entonces las secretarías compiten entre
sí –internamente, porque esto no alcanza a percibirse en público– y no aúnan
criterios para algo imprescindible: coordinar. Transporte y medio ambiente
están muy ligados, pero si las secretarías se lotean entre los grupos políticos
se dificultan las acciones concertadas. Otra dificultad es el déficit enorme
entre lo técnico y lo político. No hay aquí campos técnicos de planificación
como en Brasil o Colombia, países donde esto se modernizó muchísimo, y además
tienen experiencia en gestión. A eso hay que sumar la tradicional desatención
de la política a lo técnico, su falta de compenetración en los problemas y sus
dificultades para comunicarlos a la sociedad.
–Me hizo acordar a
Mauricio Macri luego de la última inundación, en febrero pasado, cuando mostró
una lámina con un tubo y prometió obras que solucionarían definitivamente el
problema. Una imagen muy parecida a otras, anteriores.
–Son fotografías, digamos, que uno ha
visto a lo largo del tiempo. Y es sabido que son propuestas planteadas sin los
estudios adecuados. El transporte y la infraestructura están en emergencia,
pero plantearlo rompe la autorrepresentación que esta ciudad tiene de sí misma:
excepto el momento de 2002 o 2003, cuando estábamos en estado de pánico, aquí
se cree que vivimos en una ciudad del Primer Mundo que pasa por algunas crisis
pasajeras. Y a la política le es imposible decir que hay zonas en grave
emergencia. El estado de la vivienda en Buenos Aires es escandaloso, la
multiplicación de villas miseria y la falta de respuestas... Sólo se discute
sobre el espacio público al momento de desalojarlas, como si el derecho a la
vivienda tuviera que ver con eso. No hay políticas ni discursos para estos
problemas, y esto es algo sistémico que excede a lo ideológico de los
gobiernos. Macri descubrió rápidamente “una verdad”: ¿qué puede hacer que sea
visible, en continuidad con este rasgo sistémico? Cultura y subterráneos. Eso
puede hacerse sin tener que sentar a la mesa al gobernador de Buenos Aires, al
jefe de gabinete de la Nación, o para reunir a todos sus ministros y coordinar
en serio.
–Respecto del subte, ¿no
se hace demasiado aspaviento para una expansión más bien modesta?
–Me parece escandaloso. El modo en que se
dilapidan recursos y energía de transformación en parches tan superficiales
para el problema del transporte... Esto, además, escondido en un discurso
progresista: uno dice “subterráneo” y parece lo más progresista que puede hacer
un gobierno. Este gobierno y también los anteriores lo utilizan para eludir la
cuestión central del transporte: coordinación. No importa si van por abajo o
por arriba, o en un segundo nivel: el transporte debe combinarse. Y mientras no
se combine seguirán estos disparates económicos y técnicos.
–El tránsito en la
ciudad colapsa a diario, sobre todo por la confluencia de arterias hacia y
desde el centro. ¿La planificación no debería contemplar el armado de otros
núcleos de actividad, para reducir el frenesí del centro?
–Hay distintas propuestas ensayadas,
discutibles. El problema es que acá no se practica ninguna. La valorización y
la congestión céntrica implican que se abandone la residencia y se pase a usos
terciarios, lo que ocurre en la city. En París se armó un centro terciario
fuera del tradicional y eso permitió preservar exitosamente las características
de un centro más tradicional, histórico. Pero eso fue hace muchos años y se han
pensado otras cuestiones, la preservación de uno frente a la multiplicación. En
Buenos Aires, además, y a diferencias de otras ciudades latinoamericanas, se da
que el centro se ha preservado.
–¿Cómo abordaría las
problemáticas del tránsito y el transporte público?
–Yo separaría, para mí son dos problemas
diferentes. Nueva York tiene el transporte magníficamente coordinado y
resuelto, pero el tránsito es complicado. No es cierto que un buen sistema de
transporte disuada del uso del automóvil: si se lo puede usar, se va a usar. Y
si se venden tantos como en Buenos Aires, se van a usar. Un buen sistema de
transporte hace que algunos no lo usen tanto. Nosotros venimos de una cultura
en la que una clase media muy extendida se socializó en la ciudad usando el
transporte público. En contrapartida, México tiene un sistema de metro
extraordinario en velocidad, capacidad, recorridos, pero lo usan los sectores
populares: la clase media, por razones socioculturales que uno repudia, no lo
usa. Un técnico de transporte no puede cambiar de un día para el otro las
razones socioculturales. Al sistema de transportes de Buenos Aires le falta
coordinación, una aberración que ya no existe casi en ninguna ciudad importante
del mundo. No tenemos siquiera un ticket para pasar entre el ferrocarril, el
subte y/o los colectivos.
–¿Qué se imagina como
soluciones?
–Buenos Aires ha tenido siempre como valor
diferencial una muy buena comunicación, no hay ghettos a los que no se pueda
acceder por transporte público, como ocurre en San Pablo: a algunas zonas muy
ricas solo se puede llegar en auto. Yo mantendría ese criterio, pero rechazo la
irracionalidad de que pasen tres colectivos por las mismas calles con
recorridos casi iguales. Me imagino un sistema de árbol, algo muy denso en el
centro, con subtes o tranvías de superficie o colectivos por carril único,
pasando por avenidas, que se van coordinando con sistemas más abiertos hacia la
periferia. El Premetro me parece una solución buenísima: subte en la parte más
céntrica y de superficie en la periferia. A la vez es una demostración de la
ineficacia de coordinación, porque en principio iba a llegar hasta Puente La
Noria, pero se quedó en Villa Lugano por presión de las líneas de colectivo que
no querían tener competencia hacia provincia.
–En la relación entre
Capital y GBA tampoco está resuelto el problema de la basura: recordará los
cruces entre Macri y Daniel Scioli al respecto.
–Es otro tema complicado. No hay ninguna
ciudad que lo tenga resuelto de una vez y para siempre. Las que mejor funcionan
aplican pensamiento y tecnología para ir resolviéndolo. Nosotros seguimos con
un sistema de recolección de basura absolutamente anticuado. Se dio una
renovación importante con los contenedores en la calle: al menos sacan la
basura de la vereda. Es un despilfarro tener grandes camiones recorriendo la
ciudad todos los días. Me parece imposible pensar el tema sin coordinación
entre Capital y GBA, pero produjo pujas y pullas irracionales entre Macri y
Scioli. Como no hay cultura de concertación aumenta la competencia en un
territorio metropolitano que requiere políticas coordinadas urgentes. Aumenta,
así, la fragmentación, y eso me parece una gran amenaza. Por eso creo que la
división en alcaldías no va a ser algo progresista –y esto más allá de las
razones de cálculo político de la legislatura para rechazarla–. Con la
fragmentación, los barrios de mayor capacidad de movilización, en general los
más ricos, van a tener más presencia y van a conseguir más cosas que los otros,
que profundizarían su decadencia.
–La falta de
planificación en cuanto a la densidad habitacional se puso en evidencia con las
protestas contra la construcción de torres, que incluso produjo un
cortocircuito entre el Ejecutivo y el Legislativo de la ciudad. ¿Ve algún
avance en ese ámbito?
–No. Lo que hizo Telerman fue típico:
responder presiones sociales sin hacerse cargo. Hay que discutir las densidades
por zona, hasta dónde se puede construir en cada sitio, y no en base al nivel
de movilización de un barrio. Porque no hablamos de protección de un interés
patrimonial, situación en la que sirve movilizarse. Acá hablamos de si la
ciudad debe crecer o no: cuestiones básicas de planeamiento. Me parece un
disparate que el gobierno de Macri decida sin discutir en qué situación está la
ciudad.
–En muchos barrios se
tiran abajo las viviendas unifamiliares que ocupaban un lote y, en el mejor de
los casos, se construyen varios dúplex, con lo que se está reconfigurando el
perfil y la densidad urbana. ¿Ve algún lineamiento estratégico sobre eso?
–No, y debería haberlo. Es lo que el Plan
Urbano Ambiental intentó y no consiguió hacer, porque fue una solución de
compromiso que no estableció prioridades. En cuanto a las densidades, desde 1940
Buenos Aires mantiene su población en alrededor de tres millones de habitantes.
Los crecimientos se dieron en el GBA. Pasaron 70 años y la ciudad no ha
crecido. Un plan tendría que pensar qué sectores renovar, qué construcciones
son sólo especulativas, torres vacías que no resuelven ningún tipo de vivienda
y son sólo negocios que rompen tramas urbanas, sociales. Todo lo que ha venido
construyendo el mercado desde la salida de la crisis, que ha sido mucho, es
para el sector alto de la sociedad, que es muy chico. No hubo, en
contrapartida, ninguna respuesta para la vivienda de clase media o media baja,
y ni hablar de los sectores populares. Esto debería ser un tema candente,
urgente, y no se dice prácticamente nada. Es uno de los problemas más graves de
la ciudad.
–¿Cuál es la política de
Macri en torno de las villas?
–Macri oscila entre propuestas
completamente inviables, entre el “vamos a limpiar” –que le gusta a la clase
media alta– y la inacción absoluta. Esto pasa cuando no hay propuestas serias y
tenés que negociar con todos los sectores en juego. No hay una política de
vivienda social, ni de urbanización de las villas, como se hizo en alguna
favela de Río de Janeiro. Creo que cuando se llega a determinada dimensión es
imposible pensar la erradicación y se piensa en la integración. Las villas
están muy consolidadas y subiendo en altura. Es un fenómeno nuevo, porque
históricamente eran lugares de transición, de pasaje en una sociedad muy móvil.
Hoy es un lugar estabilizado y en crecimiento, con un mercado inmobiliario
incipiente pero importante, lo que demuestra su consolidación.
–¿Qué ideas urbanísticas
de esta gestión destacaría?
–La única propuesta de Macri que me parece
interesante, para discutir, es la del traslado del centro de gobierno al Borda
y el Moyano. Habría que cuidar que se haga bien, mirar muy de cerca los
procesos, pero saldaría una deuda tremenda, la desmanicomización. Se propuso
desde el progresismo y nunca se puso en marcha por intereses creados que
mantienen lo abominable del Borda y el Moyano. Por supuesto que están los
ejemplos de Thatcher y Reagan, que directamente sacaron los locos a la calle y
se desentendieron; acá se habla de hacer centros intermedios y hay que mirar
atentamente que se cumpla y se haga progresivamente, no de un día para otro.
Pero crear un polo de gobierno en Barracas, con todo lo que significaría pasar
al sur funciones muy centrales, me parece interesante. Está por verse si es
solo un anuncio rimbombante, a los que estamos habituados, o si será algo que
se haga mal y pronto como negocio inmobiliario. Separada una cosa de la otra,
me parece de las pocas ideas que ha habido en las últimas décadas. Insisto:
Macri descubrió muy rápido qué cosas tienen efecto inmediato de noticia de
diario y por eso reformuló su postura respecto de la cultura: se lo veía como
una gran amenaza y finalmente ratificó todos los festivales, porque vio que dan
rédito inmediato sin complicarse con otras cuestiones.
–¿Qué opina de la
política de Macri en torno de la basura?
–No hay nada claro. Es una de las zonas
donde el gobierno público y los negocios privados hacen más colisión. No sé qué
quiere hacer y no creo que sea porque estoy desinformado. Han puesto
contenedores supuestamente diferentes, pero no hay campañas efectivas respecto
de cómo separar la basura ni propuestas que traduzcan hacia la sociedad una
política clara como para modificar hábitos.
–¿Y la propuesta de
vender concesiones para bares en plazas?
–El antecedente más cercano que tengo es
lo que se hizo en Montevideo, donde se pusieron bares para mantenerlas y
esponsorearlas. No me parece una medida feliz. La ciudad tiene una
infraestructura de bares bien desarrollada y habría que pensar la solución de
las plazas por un lado diferente. Todavía estamos pagando el precio sociocultural
de los enrejados disparatados que se vienen haciendo desde De la Rúa. El tema
requiere una política integral más seria.
–En los últimos años se
fue recuperando la relación de la ciudad con el Río de la Plata. ¿No observa,
ahí sí, una idea planificada puesta en práctica?
–Más o menos. Y no le doy mucha
importancia, porque hay una larguísima tradición cultural que marca que la
costa porteña siempre fue muy complicada, aunque está bien recuperar metros de
la Costanera. Admiro el trabajo que se hizo en Rosario con la recuperación de
la costa, pero no sé si es un problema grave en Buenos Aires, donde además se
hizo poco. Si no se determinan prioridades se naturalizan las que el mercado
quiere llevar adelante con acuerdos gubernamentales: yo recuperaría el Riachuelo
como un eje fluvial productivo y deportivo, me parece mucho más prioritario.
Ahí invertiría en políticas públicas de largo aliento.
–Habría ahí, en los
ríos, otra muestra de cómo se privilegia el norte de la ciudad.
–Durante cien años los gobiernos
nacionales imaginaron una ciudad que crecía equitativamente: si el mercado
apostaba al norte, entonces el poder público compensaba con acciones en el sur,
y así tenemos muchísimos parques en el sur, y la mayoría de los conjuntos de
viviendas que se hicieron en el siglo, etc. Eso se rompió en los ’90, cuando el
Estado incentivó políticas públicas en las zonas de más negocios para los
mercados. Si uno mira, la mayoría de lo que se hizo desde entonces está desde
Puerto Madero hacia el norte. Por eso destaco esa idea de recolocar al centro
de gobierno en el sur. Yo creo que desde los ’90 se naturalizó, en el gobierno
y la sociedad, la fragmentación.
–¿En qué se evidencia
eso?
–¿Por qué el ferrocarril Mitre es
infinitamente mejor que el Roca? El boleto cuesta lo mismo, la recaudación
debería ser la misma o mayor aún en el Roca. Pero se ha naturalizado que el
Roca es peor. Antes también había diferencias en la ciudad, pero la falta de
naturalización marcaba que no había que remar tanto para implementar políticas que
intentaran frenar la fragmentación. La lógica pasó a ser invertir donde habrá
más devolución de la inversión. El primero en plantear eso escandalosamente fue
Alsogaray, cuando dijo que había que hacer la aeroísla porque una estadística
demostraba que quienes más usaban Aeroparque vivían en Belgrano.
–A fines de 2001, con el
estallido, hubo en la ciudad muchas reacciones solidarias respecto de los
cartoneros. Pero a fines del año pasado en Saavedra los vecinos protestaban,
con los mismos elementos de cacerolas y cortes de calle, contra la instalación
de un Centro Verde de reciclado que gestionarían los mismos cartoneros. Ya que
hablábamos de fragmentación en la ciudad, ¿tiene una lectura de qué pasó en
apenas seis años?
–Me parece que esta sociedad es muy
cambiante, prácticamente bipolar. Tal vez fallen las mediaciones políticas y
públicas: no hay por qué criticar las reacciones ante lo inmediato. Pero eso
puede tener valencias ideológicas opuestas. Lo cierto es que desde las
autorrepresentaciones con los imaginarios, y una cultura que tiene que ver con
“la opinión pública”, la ciudad pasa hoy por un estado de boom turístico
cultural que no está dispuesto a entender situaciones de crisis y emergencia.
Si la ciudad es la capital de Latinoamérica del campeonato de figuritas,
digamos, por qué vamos a tener que soportar que en nuestro barrio estén la
basura, los cartoneros, los pobres. No fui uno de los optimistas en las
movilizaciones de 2001 y 2002, pero era evidente la preocupación por la
miseria, que se tradujo en muchos gestos de solidaridad. Una vez que se
naturalizó, la culpa, otra vez, la tienen las víctimas. “Está bien, quedaron
los pobres, pero que no me molesten, no los quiero tener delante, yo también
quiero disfrutar en mi barrio de esto que parece nuevamente Buenos Aires: la
capital cultural, con gallery nights y no sé qué.” Es gravísimo. Tiene que
haber políticas públicas que tengan claro qué es lo más importante, con trabajo
social, de base, de discusión y conversación: eso trae lo otro, la cultura, sin
necesidad de gran despliegue o apoyo público. Librada a sus propias tendencias,
la sociedad reacciona de este modo. “Yo quiero que mi barrio también tenga
todas las ventajas de Palermo Soho.”
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