ROBERTO GOYCOOLEA PRADO, URBANISTA
“Las torres son el prototipo de una ciudad neoliberal”
El especialista español en revitalización de cascos
históricos calificó como un “disparate” la construcción de torres frente a la
Reserva Ecológica y sostiene que son “los vecinos los que deben decidir en qué
ciudad quieren vivir y no los políticos”. Sugiere que Buenos Aires, además de
edificios, debe “preservar su modo de vida, que es la del café”.
“Los edificios en torre son el prototipo de una
ciudad neoliberal, donde el Estado ha dejado en los particulares el control del
espacio público”, dice Roberto Goycoolea Prado, director de la Facultad de
Arquitectura de la Universidad de Alcalá de Henares, España. Especialista en
preservación de cascos históricos, estuvo en Buenos Aires para participar en
las Terceras Jornadas Internacionales sobre experiencias de Revitalización de
Cascos Históricos, que organizó el Ministerio de Cultura porteño. Goycoolea cuestiona
la experiencia porteña de las torres de Puerto Madero, a las que califica como
un “disparate”, porque “han roto el paisaje histórico de la ciudad”. En una
entrevista con Página/12, el especialista sostiene que el automóvil “es un
enemigo de la ciudad, porque anula los espacios de sociabilización: donde hay
autos no se puede reunir gente”. Y explica las nueva tendencias, que apuntan a
recuperar, además de los edificios, “las estructuras sociales”.
–¿Qué dificultades han
tenido en el proceso de recuperación de cascos históricos en España?
–La restauración del patrimonio en España
ha pasado por distintas fases: la recuperación de monumentos, de edificios
puntuales, hasta terminar en la restauración de que intenta recuperar cascos
históricos, y últimamente está la idea más amplia de recuperar estructuras
sociales, relaciones, paisajes urbanos en el sentido amplio del termino.
–¿Cómo se recupera una
estructura social?
–Por ejemplo, evitando que los cascos
históricos queden sin viviendas, que cambien de uso. Un fenómeno que ocurre
mucho es que empresas compren edificios históricos para usarlos como oficinas,
o el área se transforme sólo en una zona turística, sin relación con la vida de
la ciudad. Hay un fenómeno muy difícil de contener si no es con una subvención
pública: cuando se mejora un barrio aumenta la plusvalía y se expulsa al
habitante pobre. Entonces, para mantener los tejidos sociales, hay un subsidio
del ayuntamiento para que esas personas no se vayan de los centros históricos.
–¿Qué límites debe tener
el reciclado para hacer una construcción nueva a partir de una edificación
vieja?
–En Madrid, el casco histórico es una
construcción de mediados del siglo XIX, construida con una serie de elementos
que hoy son insostenibles: carpintería de mala calidad, sin baños, sin cocinas
equipadas, donde hay que hacer las instalaciones eléctricas nuevas. Y también
han cambiado las estructuras familiares, con menos hijos. Lo importante es que
esta rehabilitación no se convierta en una caricatura, lo que se llama el
fachadismo: donde solo se conservan las fachadas pero nada de las estructuras
interiores. Es cierto que a veces las estructuras son muy antiguas y hay que
actuar sobre el patrimonio. Pero más importante que las rehabilitaciones
puntuales es la recuperación de la ciudad histórica como modelo de la ciudad a
vivir, contrapuesto a lo que es la ciudad moderna que se expande en la
periferia: no es lo mismo vivir en un centro histórico que vivir en un barrio
de bloques de vivienda.
–¿La idea de
preservación está instalada en España o aún se debate hasta dónde se conserva y
hasta dónde se demuele para hacer obras nuevas?
–El tema está bastante consolidado en los
centros históricos. El problema es en las periferias y tampoco estamos libres
de algunas actuaciones inmobiliarias. Ocurre que el mejoramiento de los centros
históricos ha supuesto una subida de los precios de las viviendas, por lo
tanto, una disminución del número de habitantes, puesto que las familias se
tienen que ir y sólo quedan personas solas. Se produce un envejecimiento de la
población, que solo se está recuperando ahora con la inmigración.
–¿En qué medida afecta
en Madrid la ocupación de viviendas abandonadas y su degradación por falta de
mantenimiento?
–Hoy en Madrid hay un fenómeno de okupas
muy importante. Tampoco hay que olvidar que la vivienda es una forma de
inversión patrimonial. Hay muchos dueños de edificios que los están dejando que
se arruinen, están dejando que los ocupen para que se destruyan más
rápidamente. Ha salido una figura legal por la que el Ayuntamiento, si un
edificio está a punto de convertirse en ruinas, puede obligar al propietario a
actuar sobre la edificación y, si no lo hace, expropiar. Esto se hace para
evitar la especulación, que se compren pisos y esperar que se deterioren, que
lo declaren en ruinas para hacer un edificio nuevo, porque es más rentable
hacer una obra nueva que restaurar. Por eso el apoyo del Estado siempre es
necesario, bien mediante desgravaciones fiscales o ayuda directa. Porque lo que
hay que plantearse es que la conservación del patrimonio no es para el
individuo sino para la ciudad. El Ayuntamiento debe intervenir porque los
cascos históricos generan riqueza.
–¿Se refiere a los
ingresos por turismo?
–No solamente. Buenos Aires atrae mucha
gente del Gran Buenos Aires que viene al teatro, a restaurantes y a librerías.
–¿Cómo ve el trabajo que
se está haciendo en Buenos Aires en materia de preservación?
–Hay una situación en las ciudades
latinoamericanas de períodos de mucha riqueza y períodos de gran pobreza. En
los países emergentes, las prioridades no pueden ser como en Europa, actuar
sobre una ciudad consolidada, sino que a la vez hay que ir creando la ciudad.
Son ciudades en crecimiento, frente a las ciudades estancadas de Europa. Aquí
el trabajo de preservación del patrimonio ha empezado relativamente tarde: la
Dirección de Patrimonio es de 1999 o 2000. Son situaciones muy nuevas que están
utilizando la experiencia europea que ya lleva décadas, adaptándola a la
situación local. Es complicado porque aquí queda poco por conservar, los cascos
históricos han sido muy destruidos. Pero el manejo que se está haciendo en San
Telmo es muy interesante. Creo que la ciudad de Buenos Aires debería insistir,
además, en la conservación de un modo de vida, que es la del café, que no sólo
es propio del centro histórico sino de toda la ciudad, controlando la
instalación de los grandes centros comerciales, manteniendo la vivienda dentro
de los barrios, y un sistema de transporte que facilite la accesibilidad.
–En Buenos Aires, muchos
vecinos se resisten a la construcción de torres porque afectan la fisonomía de
los barrios de casas bajas, ¿cómo debería abordarse este fenómeno?
–El fenómeno de las plusvalías
inmobiliarias es lo que más ataca no solo a los centros históricos sino a la
ciudad en general. Hay que plantear qué tipo de ciudad se quiere, y las torres
representan un tipo de ciudad que no se ha mostrado más eficiente que ciudades
con alturas de 8 a 10 plantas. No ha traído beneficios de ningún tipo: no son
más baratas de construir, al contrario. Es mucho mejor una ciudad en alta
densidad con baja altura que una ciudad con torres. Porque las torres generan
presiones sobre el entorno: se destruye un paisaje, una intimidad, una manera
de vivir, se generan conos de sombras... Las torres son el prototipo de una
ciudad neoliberal, donde el Estado ha dejado en los particulares el control del
espacio público, lo cual es un disparate. Hay que tener en cuenta que la ciudad
es pública y es de todos, no puede quedar en manos de un especulador sumado a
unos funcionarios corruptos. El ciudadano tendría que poder decidir sobre lo
que pasa en su barrio, porque lo que ocurra 30 metros más allá de su casa
también es su barrio, no es el barrio del político. Esa es una idea que se impuso
en los últimos años, la de considerar a la ciudad solo como un bien económico y
no como un bien social, que es en definitiva lo que es.
–En Buenos Aires, Puerto
Madero combina recuperación de edificios con valor histórico con negocio
inmobiliario. ¿Qué opinión tiene de este fenómeno?
–Puerto Madero es una iniciativa muy
interesante, con una primera fase de recuperación muy importante, pero que no
ha terminado de cuajar por dos cosas: no hay una vinculación clara con el
centro histórico, no hay una pasarela peatonal: a Puerto Madero hay que ir, no
se llega. No es como el Congreso, adonde uno llega paseando. Y segundo, lo que
me parece un disparate, es la aparición de las torres frente a la Reserva
Ecológica, que rompen el paisaje tradicional de la ciudad, el horizonte y el
río. Han roto la imagen histórica. En definitiva, es una privatización del
paisaje, que es un bien público. Esa consideración de que solo importa la
propiedad del terreno no puede ser. El caso de estas torres es el ejemplo
típico de lo que no se debería hacer en una ciudad.
–¿En qué medidas afectan
el tránsito y el transporte público la preservación del casco histórico?
–El problema del tráfico no tiene solución
desde un punto de vista neoliberal, de que cada uno puede tener su coche y entrar
a la ciudad. Las ciudades se construyeron en una época en que no había coches,
y no se pueden expandir. Un coche ocupa muchísimo espacio, un estacionamiento
normal son 25 metros cuadrados. La política a implementar debe ser un
mejoramiento del transporte público de superficie, del metro y del taxi, y una
restricción cada vez mayor al acceso al casco histórico. Londres y Munich,
líderes en este sentido, cobran un peaje por entrar y si quieres entrar con un
coche en el centro tienes que demostrar que tienen un estacionamiento. El
tránsito no sólo se deteriora el casco histórico: el coche es un enemigo de la
ciudad, es un instrumento estupendo, pero anula los espacios de
sociabilización: donde hay muchos autos no se puede reunir gente.
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