Arquitectos contra la intemperie global
Sin techos. Alejandro Aravena –Premio Pritzker y curador de la Bienal de Venecia 2016– lidera una cruzada para resolver la emergencia de viviendas.
POR JUAN DECIMA
Cuesta percibir las huellas del espíritu de optimismo y utopía que guiaron la construcción de los conjuntos habitacionales en la Ciudad y la Provincia Buenos Aires en los años 70 y 80. Décadas de olvido, marginalidad y violencia han dejado cicatrices, tanto en las paredes como en los cuerpos. El Lugano I y II, el Complejo San Pedrito, Fuerte Apache y el Complejo Habitacional Villa Soldati, entre otros, fueron concebidos como la gran solución para el problema de las villas de emergencia, una promesa de revitalización en forma de ladrillos y calles asfaltadas. Pero los grandes complejos de vivienda implantados en el verde que aseguraban luz y aire para sus ocupantes –experimento importado de la segunda posguerra– resultaron una catástrofe cuyos efectos se sienten aun hoy. La inquietud que genera cíclicamente este tipo de viviendas recibió un impulso decidido con la distinción al arquitecto chileno Alejandro Aravena con el Premio Pritzker 2016 –considerado el Nobel de arquitectura– quien además es el curador de la Bienal de Arquitectura de Venecia 2016 que arranca este 28 de mayo próximo. El lunes último recibió el premio en la sede de la ONU de Nueva York y allí aseguró estar “disponible” para gobiernos y administraciones dispuestos a resolver la falta de vivienda. “Ahí tienen los archivos y planos. Una razón menos por la que decir que no es posible”. Y agregó que sus ideas para la escasez de vivienda y falta de medios sirven de igual modo para intentar solucionar la situación desesperante de inmigrantes y refugiados.
Durante buena parte del siglo XX los países latinoamericanos –al igual que el resto de las naciones periféricas– lidiaron con la implementación acrítica de modelos centrales. La necesidad de generar modelos constructivos y urbanos acordes con nuestra realidad económica, ambiental y cultural fue una cuestión fundamental a resolver, y allí apuntaron corrientes como el regionalismo crítico, sostenido por los escritos del teórico inglés Kenneth Frampton, una de las posturas más lúcidas que surgieron frente a esta situación. Pero las impugnaciones al modelo del Movimiento Moderno llegaron desde su formalidad fría y exenta de tradición que dio paso al posmodernismo y su revival historicista hasta su verticalismo y cultura positivista, sostenida en una fe en el crecimiento y el progreso más allá del impacto en personas y medio ambiente.
Un efecto palpable de la consagración de Aravena ha sido evidenciar los debates que atraviesan el interior de la disciplina respecto de su función en el escenario actual. Y es que si bien Aravena –junto con su estudio Elemental– ha trabajado en muchos lugares del mundo y con clientes corporativos e institucionales, ha sido su labor en torno de la vivienda social en Chile y la participación del usuario la que más atención y controversia ha generado. Con tan solo 48 años, es el segundo galardonado más joven en recibir el Pritzker. Su ascenso es meteórico: fue docente en Harvard, expuso parte de su obra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Para el arquitecto y crítico Fernando Diez, el triunfo de Aravena puede ser atribuido tanto a un mayor interés de los profesionales en participar en proyectos comunitarios, como a su vez también por la simpatía que generan las obras de remediación social en los países centrales. “El arquitecto siempre trabaja para el poder, por lo tanto este tipo de proyectos le permiten redimirse –explica–. No me parece mal, pero si hay algo que quedó claro después de los experimentos del siglo XX es que la sociedad no se arregla con la arquitectura. Para eso hacen falta soluciones políticas, económicas y sociales, que vendrán de la mano de la democracia, del reformismo o de la revolución, lo que sea que mejor resulte. Lo nuestro es solo una herramienta”.
La idea de arquitectura comunitaria o participativa no es nueva. En la década del 60, Aldo van Eyck y Herman Hertzberger, miembros del Movimiento Estructuralista Holandés, ya esbozaban la idea de que el arquitecto no debía ofrecer una solución total, sino un marco general que luego debía ser completado por los usuarios. En la Argentina, por su parte, se puede mencionar la labor que realizó Fermín Estrella, fallecido en 2014, quien trabajó con la idea de la vivienda productiva y urbanismo social.
Centro y periferia
Hay que separar las impugnaciones y el debate en torno al mérito de Aravena –curiosamente divididas de acuerdo a su lugar de procedencia y más allá de las desprolijidades que rodearon su triunfo (hasta 2015 fue jurado del Pritzker)–. Mientras que de este lado del mundo las críticas surgieron por considerar que su obra es una gran puesta en escena –una actuación que sólo contribuye a mejorar su carrera y no soluciona los problemas de base– desde el hemisferio Norte apuntan contra su tendencia a convertir la arquitectura en una “labor humanitaria”, en detrimento de plantear soluciones para la híper densidad urbana que acorrala a cada vez más ciudades del mundo.
Hay que separar las impugnaciones y el debate en torno al mérito de Aravena –curiosamente divididas de acuerdo a su lugar de procedencia y más allá de las desprolijidades que rodearon su triunfo (hasta 2015 fue jurado del Pritzker)–. Mientras que de este lado del mundo las críticas surgieron por considerar que su obra es una gran puesta en escena –una actuación que sólo contribuye a mejorar su carrera y no soluciona los problemas de base– desde el hemisferio Norte apuntan contra su tendencia a convertir la arquitectura en una “labor humanitaria”, en detrimento de plantear soluciones para la híper densidad urbana que acorrala a cada vez más ciudades del mundo.
Hay que remontarse a 2003 para rastrear el inicio de la fórmula con la que Aravena consolidó un método con el que construyó más de 2.000 viviendas sociales. El gobierno chileno le encargó diseñar un proyecto para proveerle vivienda a una comunidad informal asentada cerca del centro de Iquique. El presupuesto para Quinta Monroy contemplaba un monto de 7.500 dólares por vivienda para cada una de las 93 familias que formaban parte del asentamiento, lo que incluía no solo el costo de la construcción sino también el de la compra de cada terreno.
La decisión de los arquitectos de no trasladar el asentamiento hacia la periferia de la ciudad donde la tierra es más barata –una práctica usual en el campo de la vivienda social– es un punto clave que diferencia su papel respecto de lo que se hacía en el pasado. Al estar ubicado en la zona consolidada de Iquique, los terrenos valían tres veces más de lo que habitualmente se paga por viviendas de interés social en las afueras. Pero se optó por privilegiar no solo el acceso a los servicios de la ciudad que la ubicación les aseguraba, sino también la sensación de pertenencia que ya habían cultivado con la zona.
Aravena reformuló el modelo de casa aislada que se utilizaba tradicionalmente. Propone así un módulo de 3 niveles (planta baja y dos pisos) que cubra los 30 metros cuadrados disponibles por familia, pero que ocupe solo la mitad de la superficie del terreno, dejando la otra mitad libre para que cada usuario lo complete y amplíe a medida de sus posibilidades en el tiempo. Su método aprovecha la posibilidad de expandirse y constituye, en palabras de Aravena, “media casa buena”, y no una vivienda “entera” pero mal diseñada y ejecutada.
Cada unidad cuenta con una estructura antisísmica, un requisito indispensable debido a la situación geológica de Chile, y la instalación sanitaria para cocina y baño, pero sin los artefactos. A su vez, el conjunto de viviendas está configurado en torno de un espacio social y público, pero con acceso restringido desde la calle. “Cuando solo existe el dinero para hacer media casa, es importante saber qué mitad hacer. Nosotros optamos por hacernos cargo de la mitad que cuesta más, y que es más difícil de concretar”, suele explicar Aravena cuando expone sobre este caso.
Como la comisión del encargo llegó a través de un programa gubernamental, hubo contacto con los dirigentes sociales y los vecinos desde un primer momento. “Ellos nunca habían tenido un arquitecto que los escuchara y que trabajara para ellos, y estaban lógicamente recelosos al principio”, recuerda Víctor Oddó, socio de Elemental en el proyecto. “La lógica de participación de las familias se dio como un proceso natural, y nos sirvió para entender la dinámica del lugar y saber qué hacer”, explica. Como ejemplo cita que una vez hubo que decidir entre instalar un calefón o una bañadera. Fueron a consultar a los vecinos con la certeza de que elegirían la primera opción. Pero se equivocaron: además de que colocar un calefón significaba tener que pagar una cuenta de gas, que no sabían si iban a poder afrontar, la bañadera les brindaba la posibilidad de disponer de volúmenes de agua limpia como nunca habían tenido.
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