martes, 6 de junio de 2017

Género discursivo INFORME DE CASO

COMUNICAR EL QUEHACER PROFESIONAL: EL INFORME DE CASO. PASOS HACIA UNA PROSA CIENTÍFICA

 

Oscar D. Amaya



Generar un texto significa aplicar una estrategia que
incluye las previsiones de los movimientos del otro;
como ocurre, por lo demás, en toda estrategia.
Umberto Eco

La prosa, como una sopa, debe estar hecha de varios ingredientes
Witold Gombrowicz


La práctica profesional posee entre otras incumbencias la necesidad de ser comunicada. Es este uno de los desempeños que suscita numerosos problemas a la hora de plasmar por escrito -la mayoría de las veces- o en forma oral, las puntuaciones y conclusiones referidas a los quehaceres del trabajo especializado.

El registro de los momentos significativos de las sesiones de trabajo, las notas tomadas luego de que el consultante o colega se retiran de una reunión, las reflexiones y preguntas que se suscitan en el profesional tanto en el espacio de reunión como producto de la reflexión personal, los informes de un colega, y por supuesto el material gráfico y discursivo producido, constituyen los “papeles de trabajo indispensables” que se deberán utilizar a fin no sólo de interpretar los indicadores allí presentes, sino de elaborar los informes que usualmente son solicitados por las distintas instituciones, empresas o profesionales de diversas áreas por las que el profesional transita.

El propósito del presente artículo se dirige a mostrar las etapas del proceso de escritura del informe de caso, pensado como una práctica discursiva específica  que demanda la atención tanto de las leyes que la organizan como de los segmentos textuales que la componen, así como sus ejes estructurantes.


Acercándose a un terreno sinuoso


El proceso de la escritura es difícil
de accionar, como todas las máquinas
Daniel Cassany.


El desafío que se debe asumir a la hora de elaborar un informe de caso es poder lograr una producción escrita cuya discursividad alcance las condiciones necesarias para comunicar eficazmente aquello por lo cual el profesional es consultado o interpelado, esto es, una producción que transmita conocimientos especializados que emerjan de su trabajo y que se objetiven en una prosa clara, rigurosa y sistemática, y que por ello resulte de utilidad e incida significativamente en los destinatarios, es decir, en aquellos actores sociales cuyas prácticas los vinculen a sus demandantes.

Es habitual encontrar informes de diversas disciplinas que presentan dificultades en la organización del contenido, problemas de estilo y sobre todo, falta de adecuación al destinatario. Esta ausencia de competencias de autoría (1) produce escritos confusos, ambiguos y de difícil lectura, que irremediablemente suscitan diversas interpretaciones de su contenido, muchas veces erróneas y otras, no deseadas. Este hecho constituye un problema de cuidado para el desempeño del profesional, ya que un informe que no reúna las condiciones de claridad, precisión y coherencia, conducirá a la imposibilidad de transmitir tipos particulares de propuestas, a fin de que puedan ser reconstruidas por el o los destinatarios, algo que les permitirá formar juicios acordes a las posibilidades y dificultades de la labor a llevar a cabo (objeto del informe) y a las condiciones del abordaje que se requiera.

El informe impele al profesional reconsiderar el trabajo efectuado o a efectuarse, tarea que implica un distanciamiento del mismo, es decir, a partir de la implicación subjetiva que suscita cada labor que se aborda, en la elaboración del informe se deberá asumir una posición crítica (2), tanto frente a la dirección llevada a cabo en el proceso de proyecto o trabajo, como al mismo informe. Este posicionamiento obedece a la necesidad de asumir que la tarea de elaboración escrita es independiente tanto de las intervenciones, como de la elaboración de las hipótesis de trabajo, porque posee características diferentes.

Un informe no es la labor misma, no constituye una “depuración de todo aquello que podemos llegar a conocer acerca de una problemática” (Klopfer, 1980) sino “su expresión, su representación con fines comunicativos, una reconstrucción que poco tiene que ver con la idea de decir las cosas exactamente como han sucedido” (Moyano, 2000) a lo largo de la labor llevada a cabo o a efectuarse, ya que, como se verá más adelante, todo informe adopta formatos diferentes según sea su intención y su destinatario.

Esta tarea de elaboración podría enmarcarse en lo que los modelos cognitivos de la escritura denominan escritura en proceso (3): el trabajo de escritura no se inicia con la redacción, sino que comienza con una cuidadosa consideración de la tarea que se emprende, continúa con una búsqueda de los recursos más adecuados para llevarla a cabo, y finaliza cuando, mediante ajustes y reformulaciones, el texto satisfaga los requerimientos del género discursivo, y por lo tanto, alcance el propósito trazado por el profesional en tanto autor.

Este modelo establece una analogía entre la comunicación escrita y un territorio, que se presenta extenso y desconocido, un espacio que está habitado por una parte por el autor, con sus ideas, su propósito y por otra por el lector, con sus expectativas y saberes. En este territorio no se trata de hacer lo que se desea –no existe aquí el libre albedrío-  sino que el autor, antes de comenzar su escritura debe explorar el terreno: “tienes que conocer las leyes del territorio antes de empezar a escribir el texto”, afirma Flower. La metáfora viva del territorio es interesante, ya que permite pensar en un proceso que intenta atrapar “algo que se resiste a permanecer quieto para un retrato” (4). De lo que se trata ese algo en el caso que nos ocupa, es de un requerimiento de nuestra mirada especializada.


Las leyes de un territorio llamado informe de caso

A partir de lo ya expuesto, se puede entonces pensar el informe a elaborar -del mismo modo que con toda escritura especializada- como un territorio textual regido por tres leyes principales, que deben ser observadas si se pretende producir una comunicación eficaz con los destinatarios. Estas leyes emergen como respuestas posibles a tres preguntas:

1) ¿qué propósito se persigue al  informar?,
2) ¿a quién se le está informando?,
3) ¿qué  se quiere informar y cómo?

Analicemos con cuidado cada uno de estos interrogantes.

1) Intención global del informe clínico (¿qué propósito se persigue al  informar?)

Es preciso que sepa que quiero que hagan con mi texto
D. Cassany

El informe debe ser producto de una intención tendiente a provocar un determinado efecto en el destinatario, ya sea éste un colega o una institución. Tanto como producto de una solicitud o por decisión personal, es el profesional quien deberá imprimirle al informe la finalidad perseguida al comunicar su intervención profesional. Esto implica asumir una actitud frente a lo que se dice, ya que en este documento queda expresada la posición del profesional con respecto a lo que le acontece en su desempeño. Se ejerce así  una cierta fuerza discursiva (5) sobre el destinatario, puesto que se lo conduce a través de razonamientos, mediante explicaciones y argumentaciones, hacia un determinado propósito.

2) Adecuación al destinatario (¿a quién se le está informando?)

Los buenos escritores saber convertir la prosa de escritor
(ideas privadas) en la prosa de lector (expresión pública)
L. Flower

El informe debe constituirse en una guía para el destinatario. Para que ello ocurra, la operación discursiva debe estar orientada hacia él. En el acto de lectura, es el destinatario quien construye el significado en interacción con el contenido, sobre la base de su conocimiento del tema en cuestión, su formación técnica o académica, y su competencia en las convenciones lingüísticas y textuales.

Al elaborar un informe, el profesional debe saber qué términos técnicos pueden ser usados porque serán compartidos con el destinatario y cuáles son los que, en cambio, se deben definir para evitar distorsiones o lagunas en su interpretación, sobre todo en aquellos vocablos técnicos que varíen su sentido según el marco teórico o técnico en que se utilicen. Deben evitarse tanto las presuposiciones, es decir, dar por supuesta información que en realidad no resulta obvia para el destinatario con respecto al asunto, como la excesiva redundancia, esto es, abundar, recalcar y extenderse sobre datos o informaciones que él ya posee. Sus saberes explícitos e implícitos deben ser, en lo posible, previstos por el profesional y reflejados en el informe. Una excesiva tecnificación del texto no sólo confunde al lector, sino que generalmente anula la posibilidad de  que éste se sienta contenido en la comunicación.

Si un demandante no comprende lo que el informe explica, pensará en la inutilidad del mismo y no en la labor que se lleva a cabo o se intenta realizar. Asimismo, si existe una intención manifiesta u oculta del profesional de impresionar al destinatario en algún sentido, producir un ejercicio intelectual de corte narcisista o establecer una suerte de match de conocimientos, también la comunicación sufrirá una fuerte distorsión, en la que el objeto de la comunicación quedará desplazado.

Es claro entonces, que a través del informe se explicita la relación que se ha decidido establecer con el destinatario, que debe estar dirigida a orientarlo para comprender las aseveraciones que allí se sostienen, a compartir los puntos de vista presentados y, por sobre todo, las conclusiones a las que el profesional ha arribado.

3) Definición y organización del contenido (¿qué  se quiere informar y cómo?)

No sería demasiado difícil escribir
si no se tuviera que pensar tanto antes.

Puig I Ferreter

 

En la comunidad científica circulan una variedad de géneros discursivos (6) que se organizan bajo normas que regulan la producción escrita, lo que permite la construcción de textos adecuados en términos de contenidos y finalidades de comunicación. Los destinatarios, al recibir un informe especializado, anticipan una forma y un contenido específicos en la comunicación escrita establecida, ya que el informe constituye un género vinculado al campo científico especializado, que circula en  diferentes ámbitos especializados (urbanístico, jurídico, pedagógico, médico, etc.). Y se lo caracteriza como género especializado, pues se refiere a saberes o conocimientos acerca de una determinada realidad construidos por una disciplina, es decir, una práctica social específica y diferenciada.

Es aconsejable construir previamente un esquema de contenido que refleje un nexo lógico entre las ideas, su orden y relación jerárquica. Este esquema permitirá clarificar y ordenar el pensamiento del profesional que antecede al proceso de redacción, lo que incluye otorgar adecuada extensión a los diferentes contenidos que se desean comunicar. Proceder “dibujando ideas” de esta manera, producirá un resultado: los primeros intentos por traducir ciertos aspectos de una experiencia y reflexión a una descripción y explicación científicas o especializadas. Al respecto, R. Ashby (1965) afirma que toda “máquina” real contiene un gran número de variables que han de pasarse por alto -salvo unas pocas- aquellas que el profesional haya decidido resaltar, acordes a la intención global del informe.

En definitiva, el informe de caso debe desarrollar una idea central que le otorgue una unidad de sentido, a partir de la cual se podrán desprender un número acotado de ideas secundarias. Esto significa que el informe debe poseer una estructura global (7), en donde se seleccionarán y reelaborarán ciertos aspectos de la especialidad llevada a cabo, a fin de transformarlos en parte del contenido de dicho informe. Es por eso que podemos hablar, entonces, de dos grandes componentes a los que se referirá gran parte del informe: uno referido a las condiciones en que se realiza la intervención profesional (contrato, análisis del caso, diagnóstico, procedimiento, pronóstico) y otro a las características del proceso observado, a propósito de esas condiciones instauradas (efectos, avances, retrocesos, observados en el discurrir del proceso de intervención).


Del pensamiento al acto y del borrador a la versión definitiva. Labrando el territorio

Se define útilmente al escribir como un proceso,
 algo que muestra un cambio continuo en el tiempo,
como el crecimiento de la materia orgánica

Gordon Rohman


Llegado el momento de escribir el informe de caso, es usual no saber por dónde empezar. ¿qué hacer con toda la información se posee? ¿cómo expresar lo que se piensa? También es usual tener poco tiempo y muchos borradores, pero las “páginas en blanco” están allí, esperando. Veamos a continuación los componentes que lo constituyen y su posible orden de aparición, considerando la plasticidad en la extensión, el orden y la necesidad o no de la presencia de todos ellos, en función del tipo de informe del que se trate.

La confección propiamente dicha del informe debe estar guiada -como ya ha sido dicho- tanto por los ejes que lo organizan –algo necesario para que se configure como un todo- sino que debe estar constituido por una serie de partes o segmentos textuales.

Respecto de los ejes organizativos estructurantes, el informe puede estar subdividido en áreas de abordaje, como por ejemplo análisis, diagnóstico de situación, procedimientos y pronóstico.

Respecto de los segmentos textuales se deben desarrollar los siguientes:

-narrativos
-descriptivos
-explicativos 
-argumentativos

Estos segmentos se encuentran orientados por distintos propósitos, pero subsumidos al propósito general, es decir, la intención global comentada en el subtítulo “Las leyes de un territorio...” Sin embargo, debe notarse que en el informe no se trata de crear fronteras infranqueables entre los diferentes segmentos como la descripción y la explicación, o entre ésta y la argumentación. No siempre la distinción entre -por ejemplo- cómo ocurrieron determinados hechos y por qué ocurrieron, debe ser tajante. La importancia de reconocer las diferencias entre estos procedimientos discursivos no debe olvidar su necesaria complementariedad y tipo de organización en el informe de caso.

Por último, es aconsejable incluir un segmento de orientación o sugerencias dirigido a los destinatarios del informe a fin de incidir, como se ha dicho, en las prácticas que éstos llevan a cabo con la problemática en la que se ha intervenido:

Queda pendiente ahora, luego de finalizado el contenido del informe de caso, un aspecto que por resultar obvio, es pasado a veces por alto –en ocasiones quizás premeditadamente- debido a la responsabilidad que implica exponer un trabajo profesional: rubricar con la firma y su aclaración, al autor de dicho informe. Solo rubricado, sólo cuando el profesional asuma explícitamente su autoría, el informe estará verdaderamente completo. El autor no debe permanecer agazapado u oculto tras un sello institucional o los resultados de otros análisis o intervenciones, debe, por el contrario, individualizarse para sí y para sus interlocutores, ya que toda escritura es un atrevimiento, en el sentido que postula o cuestiona un orden del mundo. Y aquí viene a cuento una pregunta de Foucault: “si un individuo no fuera un autor, ¿se podría decir que es una ‘obra’ lo que escribió o dijo, lo que dejó en sus papeles, lo que se pudo decir de sus declaraciones?” (9)


El informe como territorio, el escritor como terrícola


Para mí escribir es un viaje, una odisea, un descubrimiento,
porque nunca estoy seguro de lo que voy a encontrar
Gabriel Fielding


La compleja tarea de elaborar un informe no debe ser pensado como un territorio cercado, por el contrario, se constituye como el inicio de un diálogo vivo y abierto con nuestros interlocutores, que le otorgarán un sentido a nuestra palabra. Para generar esta actitud dialogal es preciso que el informe exprese la voz personal del autor. El lingüista Bajtín señala con justeza que un texto escrito representa un acto comunicativo con propiedades dialogales que deviene de otras formas de diálogo, como una conversación, por ejemplo. De esto se desprende que el informe, como parte de la incumbencia de la especialidad del profesional, constituye un espacio de extensión de una intervención de estas características, cuya intencionalidad es constituir entonces, un espacio dialéctico de cooperación textual, como otra dimensión de la dirección de las intervenciones llevadas a cabo en las problemáticas consultadas.

La característica de este diálogo no debe –en lo posible- limitarse a la comunicación escrita. Si bien el elemento preponderante de trabajo en la comunicación especializada son las palabras impresas, la experiencia directa es insustituible. La comunicación oral reviste un carácter muy importante, ya que los interlocutores podrán efectuar al profesional las preguntas que se desprendan producto de la interpretación del informe. Aclaraciones, ratificaciones y el planteamiento de sus propias ideas, constituyen una dinámica difícil de alcanzar en la comunicación escrita. Las personas y las cosas, así como las situaciones, se resisten a ser totalmente atrapadas en la escritura, defienden su misterio, no son transparentes ni inteligibles per se.

Pero para que la comunicación escrita advenga en diálogo fecundo, es decir, en una “conversación escrita”, en el informe clínico se deben observar ciertas condiciones, como las ya enunciadas. Es por ello que, en su versión final, constituye el punto de llegada de un camino que fue atravesando etapas sucesivas, en donde la escritura, desde su versión inicial, se fue tornando en reescritura, ensayo y transformación.


Referencias

(1) Las competencias comunicativas constituyen el dominio que el hablante posee tanto de la lengua como de la situación en la que ocurre el habla. En otras palabras, conocimientos y saberes referidos a las normas gramaticales y a las normas y reglas de contenido social, indispensables para alcanzar la comprensión del sentido de la comunicación.
 (2) En el pensamiento filosófico se denomina posición o espíritu crítico el no aceptar ninguna afirmación o conclusión como verdaderas sin analizar ni interrogarse primeramente sobre el valor de éstas, desde el punto de vista de sus condiciones de producción, su contenido (crítica interna) o desde el punto de vista de los modelos teóricos en que se apoyan (crítica externa).
 (3) La concepción de la escritura como interacción de procesos (planificación, redacción, revisión) que se desencadenan en una situación comunicativa en contexto de producción, puede encontrarse en Flower y Hyes, 1996.
(4) Flower y Hyes, ob.cit.
(5) En semántica intencional, comprender el sentido de un enunciado es interpretar la intención del hablante. Una parte constitutiva del enunciado es la forma de influencia denominada fuerza argumentativa: significar significa orientar, el valor argumentativo de los enunciados radica en la continuidad que se desprende de ellos, su implicancia en términos de efectos de sentido. Puede consultarse Ducrot, 1984.
 (6) La teoría de los géneros discursivos del lingüista ruso Mijail Bajtín afirma que a cada actividad humana, a cada esfera del uso de la lengua, le corresponde un género discursivo que organiza nuestro discurso. Es por ello que los textos adquieren características genéricas dadas por su tema o contenido, su composición o estructura y su estilo, que están determinados socialmente, es decir, es la misma comunidad científica, en tanto que comunidad discursiva, la que asigna estos rasgos a los géneros que utiliza para la comunicación entre sus miembros, que a partir del reconocimiento de las normas de la lengua, (puesto que forman parte de su competencia comunicativa) constituyen formas especializadas de intercambio comunicacional. Puede consultarse  Bajtín, 1982.
(7) Se denomina estructura global de un texto al esquema convencional que determina el orden global de sus partes. Puede consultarse T. Van Dijk, 1983.
(8) Conferencia pronunciada por el autor ante los miembros de la Sociedad Francesa de Filosofía.

Bibliografia consultada

A.A.V.V. Taller de Lecto-Escritura, UNGS, Bs. As., 1998.
Ashby, R. Proyecto para un cerebro,  Ed. Tecnos, Madrid, 1965.
Bajtín, M. Estética de la creación verbal, Ed. Siglo XXI, México, 1982
Cassany, D. Describir el escribir. Cómo se aprende a escribir. Ed. Paidós, Barcelona, 2000.
Cassany, D. La cocina de la escritura. Ed. Anagrama, Barcelona, 1995.
Ducrot, O. El decir y lo dicho, Ed. Hachette, Buenos Aires, 1984.
Eco, U. Lector in Fábula, Ed. Lumen, Barcelona, 1987.
Flower, L. y Hayes, J. La teoría de la redacción como proceso cognitivo, en la serie publicada por Lectura y Vida “Textos en contexto”, A.I.A., 1996.
Klopfer, W. El informe psicológico. Eds. Buenos Aires, Buenos Aires, 1980.
Moyano, E. Comunicar Ciencia, UNLZ, Buenos Aires, 2000.
Narvaja de Arnoux, E. y otros. Talleres de Lectura y Escritura. Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1998.
Samaja, J. Epistemología y Metodología, Ed. Eudeba, Bs. As., 1993.
Schuster, F. Explicación y predicción, CLACSO, Bs. As., 1982.
Van Dijk, T. Estructuras y funciones del discurso, Ed. Siglo XXI, México, 1983.


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