Volver al centro
por Fernando Diez
noviembre de 2005
No es un secreto que el centro de Buenos Aires ha venido vaciándose de actividades y vecinos. Muchos recordamos el triste éxodo de los cines, algunos simplemente demolidos, otros humillados, convertidos en vulgares playas de estacionamiento. Así como las sastrerías y zapaterías se fueron desplazando hacia el norte y transformándose en boutiques en los años 70 y luego en maisons en los 90, otra buena parte de los comercios fueron despojados de clientes por los grandes shoppings, abiertos mayoritariamente en barrios alejados o en los suburbios. Languidecieron por un tiempo y luego debieron elegir entre mudarse a esos mismos shoppings o desaparecer para siempre.
Ese éxodo hizo
del centro un lugar de menor interés, adonde se acude a trabajar en grandes
edificios de oficinas o a realizar trámites en reparticiones del Estado, pero
que se abandona por la tarde y se hunde en las sombras y la desolación por la
noche. Y aunque el turismo haya revivido muchos locales que durante la crisis
permanecieron tapiados, se trata de una tendencia que se manifiesta,
persistente, desde hace mucho tiempo y que no promete detenerse.
También las
oficinas se desplazaron hacia el norte, en un movimiento que en los últimos
años ha llevado algunas sedes corporativas a barrios como Belgrano, Núñez y
Vicente López, por no mencionar los aún más radicales desplazamientos a los
suburbios, tales los casos de Bayer, Roche y Ford. Incluso las imponentes casas
matrices de los bancos comienzan a perder sentido, reemplazadas por infinidad
de sucursales electrónicas dispersas por la ciudad.
Ahora que la
identidad de los bancos no descansa en la solidez de la arquitectura, sino en
la comunicación de la marca y la publicidad en los medios, varias casas
matrices no encuentran un destino razonable, a pesar de su magnificencia y
ubicación.
Estas y otras
situaciones similares hacen que cientos de edificios de gran calidad
arquitectónica, que originalmente estaban destinados a oficinas, viviendas o
comercios, queden sin destino posible. En lo que se llama el macrocentro, se
suman a esta lista viejos, pero nobles edificios industriales o depósitos que
tampoco encuentran una nueva función.
Entre los
urbanistas es conocido el triste destino de ciudades estadounidenses que en los
últimos cincuenta años sufrieron el continuo éxodo de sus pobladores y cuyos
centros se convirtieron en zonas exclusivamente de trabajo. Una vez que ese
movimiento hubo comenzado, ya no se detuvo hasta vaciar completamente la
ciudad, porque se convirtió en un proceso autoalimentado: cuantos más vecinos
abandonaban el área central por los suburbios, esas mismas personas volvían
todos los días al centro en automóvil, saturando de ruido las calles y
produciendo una demanda de estacionamiento que hizo que el destino más rentable
de cualquier edificio central, por bueno o elegante que fuera, consistiera en
demolerlo y convertirlo en una playa de estacionamiento. Las fotos aéreas de
ciudades como Houston o Phoenix muestran esa pesadilla de docenas de manzanas
enteras convertidas en los estacionamientos que rodean los racimos de torres de
oficinas.
Ese ya ha sido
el destino individual de muchos edificios en Buenos Aires, transformados en más
rentables playas de estacionamiento. Su pérdida no es sólo la del capital
económico de una estructura construida: también la de su arquitectura y un
espacio urbano que comienza a deteriorarse a medida que las calles pierden la
continuidad de sus fachadas y las actividades que las mantienen vivas.
Ya nos estamos
acostumbrando a que enormes edificios céntricos permanezcan tapiados por años
esperando un destino que nunca les llega. Sin que nadie se lo propusiera, se
han creado las condiciones para su extinción: sus propietarios esperan
venderlos a un valor al que nadie quiere comprarlos, pues su elegante
arquitectura ya no es funcional a nuevas necesidades y las actuales normas de
edificación no permiten reutilizar sus superficies construidas, muchas veces
mayores que las ahora permitidas para esas mismas localizaciones. El resultado
es una parálisis que no alienta a demolerlos ni a reformarlos.
Las grandes
ciudades europeas con importantes patrimonios edilicios han venido ocupándose
desde hace años de hacer viables sus edificios viejos, encontrando los caminos
para reconvertirlos a nuevas funciones.
Que esto no es
algo imposible en Buenos Aires lo demuestra el reciclaje de muchos edificios
que, habiendo sido declarados de valor patrimonial, obtuvieron el privilegio de
normas especiales y un tratamiento particularizado, lo que permitió su
reciclado para nuevos usos. Tal es el caso de fabricas convertidas en
residencias, o viejos y espaciosos pisos residenciales convertidos en mayor
cantidad de modernos departamentos; edificios de oficinas convertidos en
hoteles de turismo y depósitos en comercios o centros culturales, como el
edificio del diario La Prensa, que fue convertido en Casa de la Cultura de la
Ciudad.
Pero ocurre que
la integridad y vitalidad del centro no depende solamente de unos pocos
edificios excepcionales, sino de una infinidad de edificios genéricos, muchos
de los cuales son de notable calidad arquitectónica y constructiva, esenciales
para preservar la memoria urbana en el paisaje de calles y rincones que le dan
a Buenos Aires su identidad y carácter. Quizá la creciente afluencia turística
sirva para dar utilidad a muchos de estos edificios, pero también para
percatarnos de que aquello que los turistas vienen a ver es precisamente lo que
el centro está perdiendo, un patrimonio edificado que, en ese sentido, también
es un capital económico para la ciudad.
Otras ciudades
han movilizado sus fuerzas y reformado su legislación para ayudar a preservar
la vida de sus centros urbanos. En São Paulo, el movimiento Viva o Centro
promueve acciones de este tipo, y desde Nueva York hasta Chicago, las grandes
ciudades americanas que no perdieron sus centros intentan lo mismo: conservar
la memoria de la ciudad en sus lugares y edificios notables y, a la vez,
mantenerlos vivos, llenos de actividades y vida económica, útiles para la
sociedad no solamente como recuerdo, sino también como un hábitat privilegiado.
Nadie promueve
voluntariamente la destrucción y el vaciamiento del centro, pero es necesario
comprender que si no se toman medidas proactivas para su revitalización y el
reciclaje de sus edificios, la mecánica del proceso amenaza con destruirlo.
Algunas iniciativas del gobierno de la ciudad marchan en este sentido, pero es
preciso que toda la dirigencia política se comprometa en ello y la sociedad
tome conciencia de la urgencia de acelerar y multiplicar esos esfuerzos.
Volver a poblar
el centro es una buena posibilidad, destrabando el reciclaje de viejos
edificios, racionalizando el transporte público, vaciando de autos sus calles y
saneando el espacio público. Volver al centro, antes que desaparezca por
completo. Algo que no sucederá en un solo día, pero de lo que sólo podríamos
percatarnos cuando ya hubiera sucedido. .
El autor es
doctor, arquitecto especialista en desarrollo urbano y medio ambiente, profesor
en la
Universidad de Palermo.
“La ciudad global está segregada por clase social”
La urbanista Zaida Muxí cuestiona la división de las ciudades
actuales en espacios abandonados y los destinados al turismo.
(12 de noviembre de 2005)
“La
ciudad global está segregada por clase social y no hay ninguna búsqueda de
igualdad, el que pueda pagar se salva y el que no, a la jungla.” Argentina
radicada hace ocho años en España, la arquitecta y urbanista Zaida Muxí pasó
por Buenos Aires para hablar sobre el uso del espacio público en las ciudades
actuales. Criticó la “museificación” de la ciudad, entendida como la puesta a
punto de zonas aptas –bellas y seguras– para el consumo de los turistas
extranjeros, frente a la “ciudad del abandono, de los que perdieron”. Además,
reivindicó la ocupación del espacio público en las protestas: “Hay que respetar
cierto orden, pero a los problemas hay que hacerlos evidentes en las calles, si
no la gente no los ve”.
Las frases de Muxí son una síntesis de su preocupación por la
globalización. Su mirada combina también la sociología y el urbanismo.
Muxí trabaja en el Urban Technology Consulting, cuyo director es el prestigioso urbanista Jordi Borja. En su último libro La arquitectura de la ciudad global, describe los efectos de la globalización en las ciudades contemporáneas, haciendo foco en Buenos Aires.
Muxí trabaja en el Urban Technology Consulting, cuyo director es el prestigioso urbanista Jordi Borja. En su último libro La arquitectura de la ciudad global, describe los efectos de la globalización en las ciudades contemporáneas, haciendo foco en Buenos Aires.
–Allí habla de macdonalización y disneylandificación de la ciudad, ¿podría explicar estos conceptos?
–No son míos, el de macdonalización es de Jeremy Rifkin y el de disneylandificación es de John Hanningan. Son dos conceptos del mundo empresarial que se transfieren a otros ámbitos. El primero es la apariencia de un espacio agradable, que esconde una programación muy estudiada a gran escala. Yo lo traslado a la manera de ser de la ciudad actual, donde tenemos que ser más consumidores y menos ciudadanos; perder cualquier espíritu crítico frente a la realidad, donde lo único que nos interesa es la diversión. Disneylandificación es parecido. Es un juego pero todo está pautado, como en Disney, donde sus trabajadores no tienen derechos gremiales, no pueden manifestarse, todo está hiperlimpio...
–¿Cómo se aplican a Buenos Aires?
–Cuando empecé llevaba 8 años fuera. Y vista de afuera Buenos Aires era un castillo de cristal, todo era fantástico, era el Primer Mundo... La gente me decía en España “pero si Buenos Aires está súper bien”. Y yo respondía: “No está bien, si miras más allá”. La globalización es una nueva etapa productiva que está marcada por las nuevas tecnologías, por la dispersión en el planeta de la producción, no es como la fábrica fordista donde estaba todo en el mismo sitio, hoy ni se sabe quién es el dueño de nada, se diseñan campañas en un lado, productos en el otro, se envasa en otro y se distribuye de otra manera. Entonces, pensé que esta manera tenía que afectar a las ciudades. La conclusión es que es una ciudad tardo racionalista. La ciudad racionalista es la de entreguerras que intenta responder a los problemas de la ciudad posindustrial, contaminada, con una nueva clase obrera que vive de manera terrible en las ciudades europeas. Se piensa que la manera de solucionar esto es separar la vivienda de las zonas de trabajo y de las zonas de ocio o recreo. La ciudad global vuelve a tomar esos elementos con la diferencia que enmascara estas separaciones, las disfraza de diversidad, está segregada por clase social y no hay ninguna búsqueda de igualdad, el que pueda pagar se salva y el que no, a la jungla.
–Cuando empecé llevaba 8 años fuera. Y vista de afuera Buenos Aires era un castillo de cristal, todo era fantástico, era el Primer Mundo... La gente me decía en España “pero si Buenos Aires está súper bien”. Y yo respondía: “No está bien, si miras más allá”. La globalización es una nueva etapa productiva que está marcada por las nuevas tecnologías, por la dispersión en el planeta de la producción, no es como la fábrica fordista donde estaba todo en el mismo sitio, hoy ni se sabe quién es el dueño de nada, se diseñan campañas en un lado, productos en el otro, se envasa en otro y se distribuye de otra manera. Entonces, pensé que esta manera tenía que afectar a las ciudades. La conclusión es que es una ciudad tardo racionalista. La ciudad racionalista es la de entreguerras que intenta responder a los problemas de la ciudad posindustrial, contaminada, con una nueva clase obrera que vive de manera terrible en las ciudades europeas. Se piensa que la manera de solucionar esto es separar la vivienda de las zonas de trabajo y de las zonas de ocio o recreo. La ciudad global vuelve a tomar esos elementos con la diferencia que enmascara estas separaciones, las disfraza de diversidad, está segregada por clase social y no hay ninguna búsqueda de igualdad, el que pueda pagar se salva y el que no, a la jungla.
–¿Hay alguna manera de escapar a las ciudades globales?
–Creo que hay grados. Cuanto más desigual es la sociedad más se nota esta división. Yo diría que no porque no, hay salida sostenible del modelo en que vivimos, así que en algún momento ha de reventar. Pero creo que antes podríamos revertir las ciudades para no llegar a eclosiones graves como hasido aquí en la crisis del 2001 o Los Angeles en los ’90, cuando la gente pobre toma las calles...
–Creo que hay grados. Cuanto más desigual es la sociedad más se nota esta división. Yo diría que no porque no, hay salida sostenible del modelo en que vivimos, así que en algún momento ha de reventar. Pero creo que antes podríamos revertir las ciudades para no llegar a eclosiones graves como hasido aquí en la crisis del 2001 o Los Angeles en los ’90, cuando la gente pobre toma las calles...
–A pocos años de la crisis, en Buenos Aires ya hay zonas como
Palermo o Las Cañitas que están como en los ’90...
–Sí, ahora vuelve a ser un sitio muy rentable para la inversión extranjera. Porque así como en el planeta somos un 20 por ciento los que disfrutamos el beneficio de los recursos, en las ciudades se repite el esquema. Siempre habrá un 15 o 20 por ciento que podrá consumir y para ellos se construyen estas escenografías del lujo y de la segregación. Y todo es cada vez más segregado, vigilado, cerrado porque cada vez es más contrastada la diferencia con el otro. Y para el dinero global, que necesita rentabilidad inmediata, la ciudad se convierte en una fuente de garantía de rendimiento. La mayoría de las inversiones en Puerto Madero las hace gente que compra proyectos y antes de que los edificios estén levantados han vendido al doble. Es total especulación.
–Sí, ahora vuelve a ser un sitio muy rentable para la inversión extranjera. Porque así como en el planeta somos un 20 por ciento los que disfrutamos el beneficio de los recursos, en las ciudades se repite el esquema. Siempre habrá un 15 o 20 por ciento que podrá consumir y para ellos se construyen estas escenografías del lujo y de la segregación. Y todo es cada vez más segregado, vigilado, cerrado porque cada vez es más contrastada la diferencia con el otro. Y para el dinero global, que necesita rentabilidad inmediata, la ciudad se convierte en una fuente de garantía de rendimiento. La mayoría de las inversiones en Puerto Madero las hace gente que compra proyectos y antes de que los edificios estén levantados han vendido al doble. Es total especulación.
–¿No se ha aprendido nada de la crisis?
–No se ha replanteado nada.
–No se ha replanteado nada.
–Sí hay otro uso del espacio público, el de las marchas.
–Así como el que tiene puede exhibir sus riquezas en la calle, el que no tiene puede exhibir sus pobrezas. El tema es que, como en todas las ciudades, para hacer una marcha hay que pedir permiso. Yo creo que habría que respetar cierto orden, pero me parece que a los problemas hay que hacerlos evidentes en las calles, si no la gente no los ve.
–Así como el que tiene puede exhibir sus riquezas en la calle, el que no tiene puede exhibir sus pobrezas. El tema es que, como en todas las ciudades, para hacer una marcha hay que pedir permiso. Yo creo que habría que respetar cierto orden, pero me parece que a los problemas hay que hacerlos evidentes en las calles, si no la gente no los ve.
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